J. Osiris Mota. 13 de Junio, 2013.
Cuando nace el Estado, 3000 años antes de Cristo, este necesita para su existencia, de la creación de los órganos que les permitan ser sustentable, y los cuales, con el avance y desarrollo de los medios de producción, han venido cualificándose con el tiempo, hasta ser hoy en día el instrumento ideal de las clases sociales que ostentan el poder y el monopolio de la dirección, y con esto de la gobernabilidad en la instituciones que lo conforman.
Los partidos políticos, que vienen a formarse después del desarrollo social de las clases con particularidades muy propia, sobre todo después de la revolución industrial, aunque no son parte de las instituciones que forman parte intrínseca del Estado, son los que sustentan la dirección del sistema político.
Cuando Juan Bosch abandona el PRD, para formar un nuevo partido, el de la liberación, lo hizo en el entendido de que este ya no serviría para los fines que entendía había fundado, y que no tendría la capacidad para convertirlo, lo que devino en la formación de otra organización que naciera libre de los vicios para formar el instrumento político que pudiera conquistar el Estado y transformarlo para que pudiera terminar la obra que habían iniciado los padres de la patria.
Es por ello que el líder y guía, no descuido nunca la formación ideológica y teórica de sus militantes, importándole siempre más, la calidad de la organización que su cantidad en soldados, de los cuales quería convertir en comandantes con la capacidad e influencia de poder dirigir la sociedad y poder conquistar el Estado para desde este hacer la sociedad con los cambios justo en beneficio de todos sus integrantes.
Al terminar el mandato de Juan Bosch, y luego de que el partido perdiera las elecciones, su dirección acuerda abrir las puertas a las masas y convierte el partido en una maquinaria electoral, dejando de lado la imperiosa necesidad de cualificarlas y someterla a un nivel de educación que la dotara de condiciones para asumir compromisos de cambios reales.
Fue un error imperdonable de la dirección del partido, que no asumieron con responsabilidad y sacrificio los cambios, y la miopía de los dirigentes medios que no entendimos las intenciones o errores de la dirección política. Y solo nos hemos conformados con los logros electorales, sin que ello sirva mas allá de algunos beneficios particulares y de particulares, que pudieron haber sido más significativo en los cambios estructurales necesario para enfrentar los retos que demandan nuestros ciudadanos.
Hoy nuestros partidos solo son eso, maquinarias electorales, que de por sí, incapaces de llevar a cabo un proceso electoral enriquecedor, innovador y eficiente, sino todo lo contrario, donde se invierten grandes cantidades de recursos, aplastando las ideas e ideología que por buenas no cuenten con los intereses económicos de los grandes partidos, sirviendo de exclusión a nuevas ideas y proyectos diferentes a los complaciente del gran capital y poderes faticos.
Si no comprendemos la necesidad de transformar los partidos, para que sean instituciones democráticas con libertad del debate de las ideas, que puedan servir de plataforma a los gobiernos o sus gobiernos, no lograremos Estados eficientes, con planes genuinos salido del corazón de la sociedad, porque son los partidos los que pueden catapultar las acciones de Estado, para que las mismas tengan la eficiencia y el engranaje adecuado de convertirse en soluciones.
El partido forma los hombres que ganan las elecciones, y esta no debe ser solo para buscar empleo ni ocupación a su militancia, llegan con un compromiso que han asumido con sus votantes, por lo que debe seguir siendo el partido el instrumento ideal para mantener la conexión con la sociedad, ya que vienen del corazón de la misma, y podrán mantener la gobernabilidad conveniente y pertinente para la implantación de las metas propuestas, que conforman el proyectos de Nación.
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